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Historia y fundamento de las terapias biológicas
Prof. Dr. César Sánchez
y Prof. Dra. Ursula Tropper
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La aplicación de células como terapéutica no es un descubrimiento nuevo. Los primeros testimonios que lo atestiguan están contenidos en un compendio de recetas conocido como Papyros Ebers que data del año 1.500 antes de Cristo donde se describe la utilización de testículos de toro en la impotencia. En la India por ese entonces se utilizaban los testículos de tigres jóvenes para el tratamiento de esta afección.Hipócrates (470-377 a. de C) utilizaba sangre y placenta, así como piel de sapo en la curación de las heridas. El médico Paracelso (1493-1541) trasplantaba en el tejido subcutáneo tejidos obtenidos de cadáveres enunciando la teoría: “Similia similibus curantur”, que significa que lo similar cura lo similar. Es decir, que el hígado cura el hígado, riñón cura riñón, corazón cura corazón; enunciado que sienta también las bases de la homeopatía. En 1912, H. Küttner en Breslau, realiza exitosamente la primera inyección de tejido glandular. En Suiza, Von Voronoff y en Viena, E. Steich realizan implante de testículos de monos jóvenes como terapéutica rejuvenecedora que tuvo gran repercusión mundial. Pero fue Paul Niehans, finalmente quien da el impulso investigador para la gestación de la celuloterapia. Nacido en 1882 en Berna, realizó estudios teológicos y fue religioso durante un breve período previo a encaminarse definitivamente hacia la medicina, llegando a ocupar el cargo de jefe de cirugía en 4 hospitales de Suiza y destacándose por sus investigaciones en el campo de la endocrinología, especialmente en las glándulas de secreción interna. En 1927 realizó el primer trasplante de tejido hipofisiario de una vaquillona a un joven enano que logra así un aumento de 32cm en su estatura. La repetición de estos resultados exitosos en varios pacientes le valió el sobrenombre de “Niehans, cirujano de enanos”. Realizó trasplantes de tejido de hipófisis anterior en amenorreas primarias, de tejido con células de Leydig en la falta de desarrollo sexual en hombres y de células de Sertoli en la impotencia y en el adenoma de próstata. En el período comprendido entre 1927 y 1929 realizó más de 1000 trasplantes de tejido endocrino. En 1931 le derivan un paciente afectado de tetania por extirpación accidental de la paratiroides consecuencia de una cirugía de tiroides. La gravedad de su estado impide realizarle el trasplante glandular como era la técnica que aplicaba por lo que decide inyectar intramuscularmente el tejido glandular diluido en solución fisiológica, observando con asombro que el implante de células frescas es bien tolerado por el paciente y que su acción era más prolongada que cualquier extracto, hormona sintética o trasplante. El paciente sobrevivió 25 años libre de síntomas. Por este hecho es que se considera, 1931, el año del nacimiento de la Terapia Celular, que basa sus resultados en los elementos celulares fetales o de tejidos jóvenes necesarios para la revitalización de tejidos lesionados. De esta manera se ofrece al organismo enfermo nueva vida. Fundamentos e investigaciones Uno de los descubrimientos más sorprendentes de los últimos tiempos fue el hecho de que un cultivo de tejido en trance de necrosis puede vivificarse por agregación de células frescas de un órgano igual. Esta propiedad se ha convertido en fundamento de la Citopatología de R. Virchow y de la Citobiología de A. Carrel. El método morfológico de Virchow, que trata de investigar las alteraciones de la estructura en tejidos enfermos, creó las bases de los procesos fisiopatológicos que hoy podemos analizar ampliamente. Sin embargo, no podemos ampliar gran cosa nuestra comprensión de los procesos vitales porque la célula es teórica y potencialmente inmortal. La citobiología nos llevó a un paso más lejos: cada célula es un pequeño organismo autónomo que trata de mantenerse dentro del conjunto, que absorbe, transforma, intercambia y cede. En el curso de nuestra vida nacen constantemente células dentro de nosotros, mientras otras mueren, pocas son las que no nos abandonan tarde o temprano. En cultivos de tejidos ha intentado, Carrel, estudiar la vida de las células. Exprimiendo un embrión a través de una delicada rejilla para disgregarlo en pequeños islotes de células, deja de existir el sistema como unidad somática, pero siguen viviendo los distintos grupos de células trasplantadas a un sustrato apropiada incluso en plasma heterólogo. Son inmortales, ilimitadamente capaces de desarrollo y permanecen lozanas (Knake). Las células epiteliales del hígado pueden volverse ameboides en cultivos hísticos, o sea, desarrollar propiedades de células emigrantes. Si las células individuales pertenecen a un grupo, tienen su cometido específico: nidos de células, órganos y sistemas de órganos muestran así una asombrosa armonía de sus funciones. El sistema celular del cuerpo humano, que se nos presenta como unidad, es una colectividad viviente de cerca de 40 trillones de células, sólo la sustancia gris del cerebro tiene 9.000 millones de neuronas, cada una de las cuales tiene su propia misión. Y que está dirigido por fuerzas singulares que escapan aún a nuestra capacidad de compresión y que se manifiestan por los impulsos nerviosos u hormonales más diversos. Todo ser viviente lucha por su vida. No sólo la célula aislada, sino todo el organismo celular superior, mientras vive, posee una fuerte tendencia vital a reconstituirse después de cualquier lesión, o bien a adaptarse a la nueva situación, si aquello no es posible. Como los cultivos mortificados in vitro pueden recuperar su antigua lozanía agregando células frescas o juveniles (Carrel) y en órganos internos toda lesión hística provoca disgregación (Busse-Grawitz) era natural pensar en estimular y despertar las fuerzas inmanentes de integración y conservación de un organismo lastimado mediante agregación de células juveniles o fetales apropiadas. Este proceso terapéutico, intenta con éxito, por medio de inyecciones de células frescas específicas, combatir dolencias dando un primer paso dentro de una nueva zona de la medicina. En 1912, A. Carrel retiró del corazón de un embrión de pollo trocitos diminutos y los cultivó en plasma diluido. Los trocitos crecieron pero al principio no latían, sin embargo a los 65 días dieron claras señales de movimientos rítmicos. Al colocar juntos dos trocitos de corazón que latían a un ritmo desigual, una vez unidos, en virtud del crecimiento, continuaban latiendo al unísono. Carrel también cultivó una cepa de fibroblastos y los mantuvo vivos durante 27 años y no sucumbió por debilidad vital o incapacidad de desarrollo sino a causa de un accidente de laboratorio. Partículas mínimas de un organismo adulto, después de breve período de cultivo, crecían con la rapidez de un tejido embrionario, los nuevos seres vivían y medraban, tenían su propio metabolismo y eran inmortales por decirlo así. Lo más sencillo para evitar la muerte de los tejidos es retirarlos del cuerpo, cortarlos en trocitos minúsculos e incluirlos en un medio adecuado. Así como en nuestro organismo podemos distinguir distintas clases de células epiteliales, conjuntivas, cartilaginosas, cardíacas, hepáticas, óseas, etc., en cultivos celulares sólo se diferencian cuatro clases: células epiteliales, conjuntivas (fibroblastos), emigrantes libres (macrófagos) y nerviosas; pues precisamente los tejidos cultivados pierden en gran parte su estructura específica. Por ejemplo, Knake observó que en cultivos puros no es posible distinguir ya las diversas células prehipofisiarias de las epiteliales suprarrenales o hepáticas pero si las lleva a un medio nutritivo protector y se entorpece su mitosis vuelven a diferenciarse unas de otras. Lo mismo ocurre cuando por ejemplo agregamos un reducido número de células hepáticas frescas a un cultivo de células hepáticas que ya no pueden reconocerse como tales bajo el microscopio. La célula troncal |
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